martes, 24 de abril de 2012

Princesa a la fuga

Erase una vez, en un reino muy lejano, hace mucho, mucho tiempo un rey y una reina que se querían mucho, y que iban a tener una hija como fruto de su amor.
Cuando la princesa nació, la reina se puso muy malita, y se murió. El rey se quedó muy solo y todo lo que tenía en el mundo era su hija.
Pasaron los años y la princesita creció, y se convirtió en una hermosa joven de 16 años. Era la mujer más hermosa de todo el reino: sus cabellos eran largos y dorados, sus ojos verdes como esmeraldas, y tenía la piel suave y delicada.
 El rey, dándose cuenta de que el reino necesitaba una nueva reina, decidió empezar a buscarle marido a su hija, y mandó a sus consejeros a buscar a un buen príncipe para la princesa.
Estaba tan decidido a casar a la princesa que cuando escogió al príncipe no le importó que ella no quisiera casarse hasta encontrar al príncipe que ella amara de verdad.
Para evitar casarse con él, la princesa puso una condición: solo se casaría si le regalaba tres vestidos: un vestido más dorado que el sol, un vestido más plateado que la luna, y un vestido más brillante que las estrellas.
El Rey aceptó el trato, y envió rápidamente a sus consejeros a por los hilos más finos de oro, plata y diamantes para confeccionar los tres vestidos que le había pedido su hija.
Un día, llegaron los consejeros con los tres vestidos que la princesa había pedido, y ella se puso de nuevo a pensar en un plan, porque ¡no quería casarse con el príncipe que había elegido su padre!
Después de pensar y pensar toda la noche, se le ocurrió un nuevo plan, y al día siguiente fue corriendo a decírselo a su padre, el rey:
- Papá, ya sabes que la tradición del reino dice que el novio ha de hacerle un regalo a la novia antes de la boda, ¿verdad? Bien, pues yo quiero como regalo de bodas, ¡un abrigo de toda clase de pieles!
El rey se quedó sorprendido, ya que no sabía qué clase de abrigo era ese; la princesa se lo explicó:
- Se trata de un abrigo que tenga un poquito de todas las pieles de todos los animales que existen en el mundo: leones, tigres, elefantes, y toda clase de bestias.
El rey, dispuesto a seguir con el plan de casar a su hija, aceptó de nuevo, y envió a sus consejeros a por el gran abrigo de toda clase de pieles.
Al cabo de un tiempo, el abrigo estaba hecho, y la princesa no tenía ya más ideas con las que retrasar el casamiento, así que, esa misma noche, metió en una maleta el vestido tan dorado como el sol, el vestido tan plateado como la luna, y el vestido tan brillante como las estrellas, se pintó la cara y las manos con hollín de la chimenea, se trenzó su largo pelo rubio, y se puso encima el gran abrigo de toda clase de pieles. El abrigo era tan grande tan grande, que tapaba completamente a la princesa, y nadie podría reconocerla, porque tenía una gran capucha que le tapaba también el cabello y la cara, y unas mangas tan largas, tan largas que no se le veían sus delicadas manos.
Como le daba mucha pena irse de su casa, se llevó aquello que más quería: un colgante con una medallita de oro, una figurita de una máquina de coser también de oro, y el anillo de boda de su madre.
La princesa corrió y corrió huyendo del castillo y del reino de su padre, hasta que no pudo más, y se escondió en el bosque para dormir un poco. Tanto durmió, y tantas vueltas dio, que el abrigo de toda clase de pieles estaba sucísimo, y ella misma parecía un animal del bosque. Unos cazadores que pasaban por allí, la vieron y la llevaron al palacio de aquel reino, porque no estaba ya en el reino de su padre.
Acogieron en el palacio a la princesa, pero nadie sabía quién era, porque ella no lo dijo, y no se quitaba nunca el abrigo, así que comenzaron a  llamarla "toda clase de pieles".
El cocinero de palacio la tomó como ayudante, y le cogió mucho cariño a la niña, tanto, que la trataba como a su propia hija.
Toda clase de pieles se había enamorado del príncipe del palacio, pero él no se había fijado en ella porque no se dejaba ver, y cuando llegó el día de su dieciocho cumpleaños, organizaron un gran baile que duraría tres días, para encontrarle esposa.
Cuando llegó el primer día de la fiesta, Toda clase de pieles le pidió al cocinero que la dejara asistir, aunque solo fuera al final, diciéndole que nunca había visto un baile como aquel. El cocinero le dijo que sí, pero con la condición de que volviera antes de que terminara el baile, para ayudarle a recoger los platos y limpiar.
Nada más terminar su trabajo en la cocina, la princesa subió a sus aposentos rauda como el viento, se quitó el abrigo, se limpió la cara y las manos, se peino los cabellos, se puso el colgante con las tres piezas de oro, el vestido tan dorado como el sol y bajó rápidamente al baile. El príncipe, en cuanto la vio se quedó prendado de ella, pero ya era muy tarde, y Toda clase de pieles tenía que volver a las cocinas, así que no le dio tiempo a conocerla.
Subió a su habitación, volvió a mancharse la cara y las manos con hollín, a trenzarse el pelo, y a ponerse el abrigo de toda clase de pieles, para bajar a la cocina. En cuanto llegó, el cocinero le dijo que preparara la sopa para el príncipe y se la llevara  a su habitación ella misma, ya que él estaba muy ocupado.
Ella lo hizo, y dejó caer la medallita de oro que tenía en su colgante dentro de la sopa, como símbolo de su amor por él.
Cuando el príncipe se encontró la medallita, bajó a las cocinas a preguntar de quién era, pero el cocinero le contestó que no lo sabía.
El segundo día de fiesta, Toda clase de pieles hizo lo mismo que la primera vez, solo que se puso el vestido tan plateado como la luna.
Desde que la vio, el príncipe estuvo hablando y bailando con ella, y le gustaba aún más porque se daba cuenta de que además de hermosa era educada e inteligente.
Cuando el baile iba a terminar, la princesa volvió a su habitación a cambiarse para bajar a ayudar en las cocinas, y como el día anterior, hizo la sopa al príncipe y se la subió, metiendo dentro la figurita de oro de la máquina de coser. El príncipe, le pidió esta vez, que se quedara hasta que terminara su sopa, y comenzó a tomársela muy lentamente. Cuando acabó y encontró la figurita, la miró y le preguntó si era suya. Ella respondió que no, porque temía que la reconociera, aunque en realidad deseaba que lo hiciera, porque estaba loca por él.
El tercer y último día del baile, era el más ajetreado en las cocinas, pero la princesa hizo lo mismo que los días anteriores, poniéndose esta vez, el vestido tan brillante como las estrellas. El príncipe, maravillado por su belleza bailó con ella toda la noche, y Toda clase de pieles se dio cuenta de que la miraba de forma extraña aunque sonriente. Estaba tan a gusto con el príncipe, que no se dio cuenta de que se le había hecho muy tarde, y no le dio tiempo mas que a ponerse el abrigo de toda clase de pieles antes de bajar a las cocinas.
Por tercera vez, hizo la sopa al príncipe y se la llevó a su habitación, dejando caer dentro el anillo de boda de su madre.
El príncipe, como el día anterior, le pidió que se quedara en la habitación hasta que acabara la sopa, y cuando terminó, se acercó a ella y le preguntó:
- ¿No es este el anillo que llevaba en un colgante la hermosa joven con la que he estado bailando estos tres días?
La princesa se dio cuenta de que no había pensado en que el príncipe vería el colgante mientras bailaban, y no supo qué contestar.
El príncipe, 8también era muy listo, ¡y se había dado cuenta de que Toda clase de pieles y la hermosa joven de quien se había enamorado eran la misma persona!
Le quitó la capucha dejando ver su cara, se arrodilló y poniéndole el anillo de su madre en el dedo le pidió que se casara con él.
- ¡Claro que me casaré contigo!- respondió ella emocionada
Así fue como se casaron y fueron muy felices, y le dieron al rey, con la puerta, en las narices.